Hace un par de noches soñé que viajaba en un tren a ninguna parte. Avanzaba traqueteando bajo un cielo completamente encapotado que lloraba agua. Atravesaba en su incansable recorrido yermas llanuras carentes de vida. Consternada por la desolación del paisaje e ignorando el destino, pasaba el rato observando a los pasajeros que compartían el viaje en mi vagón.
Como si de una revelación se tratase, pasé de no entender nada a entenderlo todo en cuestión de un segundo. Ya no quería saber adónde nos dirigíamos. Me limité a permitir que mis párpados cayeran, dejando que me meciera el movimiento acompasado de la máquina. Sentí que era lo único que atenuaría el tedio del viaje.
Cuando me desperté, me asaltó la sensación de que aún no me había bajado de aquel tren. Por esa razón te besé en los labios y sin decir nada, te pedí que, por favor, amenizaras la espera.
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