Llevaba una libreta en el bolsillo del pantalón. Una libreta pequeña, vieja, llena de una esencia que hacía mucho que había dejado de ser la mía. Me senté sobre la arena y coloqué el cuaderno sobre mi regazo. Comencé a hojearlo y una sonrisa torcida surgió de mis labios. Una a una, empecé a arrancar las páginas surcadas de tinta. Las gotas que caían acariciaban su superficie, transformando las palabras en pequeños ríos negruzcos que atravesaban las hojas verticalmente. Doblé una de ellas hasta darle la forma de un pequeño barco. Lo mismo hice con las sesenta restantes; contaba con una pequeña flota de recuerdos del pasado listos para zarpar.
Los cogí todos con delicadeza y me aventuré hacia el agua helada. Noté como cortaba la circulación de mis piernas. Cuando cubría la mitad de mi cuerpo me detuve y fui posando los barcos uno tras otro sobre la inestable superficie. Permanecí quieta mientras observaba como algunos se alejaban mientras otros se hundían.
Me gusta pensar que alguien que se encontrara con alguno, tendría una parte de mí, aunque haya dejado de ser mía.
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