El quebranto,
irrefutable,
en la obertura del ocaso
desciende,
acariciando,
mis labios taciturnos.
Me pierdo,
te encuentro
y no salto.
No destrozo
la ventana;
no me precipito,
despacio,
hacia el asfalto
de algodón ensangrentado
y luces moribundas.
Ya sólo queda
desdibujar rapsodias
en lo inhóspito
del rechazo.
Golpear
mis íngrimas mañanas
y las tardes
derrotadas
con el puño cerrado.
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