for D.

sábado, 4 de febrero de 2012
En el momento en que me di cuenta de que sólo sé desenvolverme en espacios perpetuos, acariciaba un viento la lejanía del océano. Acuchillaba el tenue grito de la primera gota que desató la tormenta el grave silencio que cubría la ciudad. Resonaba tras las esquinas el murmullo de una vuelta atrás apresurada.
Y en algún momento alcanzaron las gotas humeantes el asfalto, nublando mi mente. Se borraron las huellas, se las llevó el agua con la furia contenida del que se resigna a su destino.

Destino, destino… ¡Es destino lo que le falta a mi existencia para ser llamada vida!

Caminé hasta el final de mis senderos, bajo esa lluvia que había transformado el cielo en ácido. Abrasando con cada molécula muerta toda molécula viva. Se infiltró en los caminos profundos, en los lindes de los bosques.
Y yo mientras me perdía buscando consuelo; se desvanecía mi alma a través de los latidos de otro ser.
Laberinto absurdo, de orden caótico, de verdad indemostrable. Gélido y cruel laberinto de espinas que arañan esperanzas. Hace tanto frío que se congelan las palabras… Una vez te pierdes es inútil regresar, debes encontrarte.

Lanzo desde aquel muelle una botella vieja rebosante de mis más preciados recuerdos; le cuentan sus historias a las olas que agitan la arena del fondo. Cualquier golpe podría quebrar el cristal, reducir a pedazos un pasado. Permanece a flote mientras yo abrazo el borde de la cordura con el corazón en un puño. Maldigo mi insistencia por hacerme vulnerable.

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