the bitter games.

martes, 21 de febrero de 2012
Poca gente conoce su ciudad más allá de los primeros pisos. Las buhardillas y las azoteas son el luctuoso dominio de ratas, palomas, suicidas e infelices. Estos inquilinos son como variables que no trazan su camino en paralelo, sino que se entrecruzan creando los más extraños engendros: palomas infelices y suicidas, infelices con mirada de perro o perros infelices como palomas infelices antes de echar a volar contra los neumáticos de los camiones de Les Halles.

Los seres infelices que, al fin y al cabo, son las ciudades, parecen, desde aquí arriba, los huesos malamente unidos en forma del esqueleto desigual que son realmente. Aquí, en el lugar de los tendederos oxidados, el cableado y las antenas retorcidas con sus brazos hacia el cielo, todo habla de soledad y abandono. De vez en cuando se registra algún tipo de movimiento humano en una ventana, en un tendedero o en un andamio. Pero nadie se saluda; todos somos más desconocidos en las alturas que en las aceras.
Sin ir más lejos, ¿qué le diríais a un extraño que fuma en silencio con un pie al borde de la azotea y la mirada perdida en las nubes?

Yo misma, aquí y ahora, no querría hablar conmigo. Ni tampoco hablar de mí.

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