truth can hurt.

domingo, 27 de noviembre de 2011

Es momento de atenerse a algo, pero… ¿a qué?

Ni tan siquiera sé si vendrás de la mano aterciopelada de la lluvia o galopante sobre la grupa de algún sol tardío de este invierno. No sé si vendrás de improviso con otro de tus trenes de madrugada o si esperarás a que la luna llena vuelva a reflejarse sobre los charcos de sabe Dios qué acera.

Dime, ¿vendrás como un incendio en blanco y negro que surge ceniciento del hielo de mis llamas consumidas o como el beso más amargo del andén número tres?

No sé si vendrás desde silencio eterno de las acacias de tus valles, desde el deseo, desde el sufrimiento, desde un viaje o desde la mismísima muerte.

Quizás aparezcas al mismo tiempo que una cometa escapa arrastrada hacia el cielo azul de Singapur. Al mismo tiempo que un vaso de agua se derrama sobre el libro más bello. Al mismo tiempo que una duda mortecina destroza los principios más inamovibles.

Todo lo que puedo hacer es aguardar con los nervios a flor de piel, como cuando de niña me sentaba frente a la puerta de casa a esperar pacientemente al verano y a sus noches cortas.

¿Qué más da si muero esperando si sé que algún día vendrás?

afternoon coffee.

sábado, 26 de noviembre de 2011

El tiempo sostiene el cielo sobre mi cabeza, y la esencia vetusta de la agotada brisa de esta tarde de noviembre se cuela entre las pequeñas rendijas y grietas de toda la memoria que quedó atrás hace apenas unas horas. Lentamente muere otro día a mis espaldas, se consume otra llama en alguno de mis polos. El sol pierde su fulgor blanquecino y, sin embargo, su arrogancia no decrece. Continúa ajeno a todo, ignora que a su lado, junto al mismo rumor de su partida, el año está pasando. Que estoy perdiéndolo, imperceptiblemente.

Sólo yo sé qué parte de mi ha muerto esta madrugada.

El tiempo insiste en permanecer al margen, siendo siempre esa duda vaga que nadie se plantea hasta que es demasiado tarde. Esa duda se manifiesta como un gran espacio entre mis manos, que como la más leal promesa, no desaparece hasta cumplirse.
Me alivia saber que en un par de millones de fracciones de segundo se volverá a renovar el universo. La idea de comenzar de nuevo se está haciendo cada vez más apremiante.

endless tales.

jueves, 17 de noviembre de 2011
Sacar la taza del microondas y maldecir al quemarte. Observar el azúcar diluirse en el fondo, y luego la leche teñir el agua oscura. Sentarse en una esquina del pasillo, apoyando la cabeza sobre las rodillas. Abrazar tu cuerpo apretando la taza entre tus manos. Sentir el frío penetrando en tu cuerpo, recorriendo tus arterias. Nunca llegará a tus dedos.

La calidez de la cerámica roza tus labios en un beso liso y pulido. Mira el fondo que se presenta en forma de augurio, de destino inexacto, de leche aguada y posos. Recréate en los rincones vacíos del pensamiento. En el fondo… En el fondo la vida se deshace como el azúcar.
Mientras a mi alrededor pasa el tiempo, me pregunto a qué se debe esta manía que tenemos las personas de reconocer el silencio como la ausencia de una voz humana. El silencio como tal no existe, simplemente los sonidos que no sabemos reconocer. Es por eso, que mis palabras no parten del silencio.
El crujido del suelo bajo mi peso, el ronroneo lejano de la nevera en la cocina, la suave caricia del viento contra las hojas, mi respiración pausada, el vaho adhiriéndose a los cristales de mis gafas. ¿A qué lunático se lo ocurriría llamar a esto silencio?

Se aleja ya la soledad anaranjada de la tarde dejando paso a la noche, que me cubre con el azul metalizado del ocaso. Ahora es cuando la gente empieza a sonreír y las luces encendidas me aseguran que la ciudad está despertando. Comienza el latir de las almas y el vibrar de los pasos en las aceras. Se abalanza sobre las avenidas un espíritu que en las calles oscuras permanece oculto. La euforia se mezcla con el alcohol en la sangre.
Pero a mis ojos todo es diferente. La noche tiembla con un recuerdo que me transforma en una fábrica; una fábrica de historias de té.

46ºC

domingo, 13 de noviembre de 2011
Enfoca y observa.
Un cuerpo acostumbrándose a otro que, a su vez, se sale de sí mismo, seducido, y vuelve al primero. Tiemblo sólo con pensar en el momento del contacto; la electricidad pasando de mis venas a las tuyas.
Huele a besos agotados y deseos (inmensos) que se anulan, permanece una ligera nota de regaliz e invierno. Queda en la boca el regusto a otoños encerrados.

Me paro a pensar y me doy cuenta de que tengo que empezar a racionarte, porque no sé cuántas dosis de ti me quedan. Sin ellas enloquecería.
Yo. Tú y yo. Tú y yo que no fuimos tú y yo. Tú y yo que sucedemos.
No queremos hacerlo, pero lo hacemos. Parece que nos gritemos: “¡hiéreme, hazme daño!”
Nunca es fácil y menos si nos separa tanto el espacio como el tiempo. Pero, ¿acaso importa si en todo lo demás estoy contigo?

metalanguage.

jueves, 10 de noviembre de 2011
Pregúntame por qué lo hago. Todos parecen querer saberlo últimamente, y yo respondo que la razón es una pequeña grieta en los amaneceres que se contagian de tarde. Esa grieta me convierte en una mera marioneta a merced de mi mente, mis manos y mi pluma. Y de repente, todo gira en torno a escribir.
Escribir en cualquier lugar y en cualquier momento.
Escribir en servilletas de papel, en las paredes de mi alma y seguir escribiendo.
Escribir como quien en vez de aire, inspira y espira palabras. Engullendo cucharadas de sílabas, tragando párrafos perfumados.
Escribir en tus párpados, en tus labios, describiéndote.
Escribir con la espalda apoyada en el suelo.
Escribir con los dedos, con las muñecas, con los hombros, la barbilla y la lengua.
Escribir, escribir, escribir. Se apodera de mi tiempo, pero me lo devuelve en forma de vida.
Escribir por todo lo que tengo que decir, porque es un vómito irreprimible y por seguir escribiendo. Eso es, lo vais entendiendo.
Escribir, escribir, escribir.
Escribir y mirar las letras esparcirse sobre una página, verlas encender hogueras frente a mis pupilas, dibujar una delgada línea de sangre.
Escribir para ahogar cada milímetro cúbico de oxígeno y seguir escribiendo.
Escribir hasta que alguien por fin se percate de que todo esto que construyo, es mucho más que palabras.
Y que éstas, ni tan siquiera lo son.

did we close the fridge?

lunes, 7 de noviembre de 2011
Sí. El silencio es una respuesta.
Y siendo consecuencia de ello, tuvo que existir, por lo tanto, un tiempo y un espacio geográficamente no determinado en el que fue una pregunta insoluble. Quizás algún lugar alejado, un paisaje de páramos inconclusos.

Y es ahora, entre la soledad de dos silencios, cuando reposan etéreas todas las canciones olvidadas y los dulces pasos de los días que avanzan. Me pierdo en un camino abierto e infinito de páginas en blanco que sueño con surcar sobre mi pluma. Incluso ahora que se apaga la luz en mi mirada y en lo profundo de mi ser. [Para los amantes de las coordenadas: 090 809 342 AO. O lo que es lo mismo, alguna gruta entre la soledad impuesta y mi desesperación.] Incluso ahora que lo frío y lo mudo se han convertido en quimera, que han mutado en una elipsis absurda que resta sentido a cualquier tipo de existencia.

Y sí. Es en esta existencia sin sentido ni significado donde no alcanzo a ser aquello en lo que creo, lo que encuentro o extravío. Este vacío es tan enorme que apenas existe realmente. Se repite sin descanso este eco de nada, de golpeteos de mármol, de pérdidas de avena.

Finalmente, sí. Es este eco el que fuerza sonrisas y reprime el llanto. Y sufre. Y calla.

fog.

Llegó como una punzada. Repentinamente, sin aviso previo. Aunque quizás yo ya lo intuía.
(Pero, ¿qué es saber sin aceptar?)
Fue un alfiler que atravesó mi piel hasta salir por el otro lado. Una pequeña molestia, como algo de arena en un ojo. La ignoramos, al fin y al cabo no duele. Pero por aguantar sin hacer nada al respecto, acaba desgarrando el tejido ocular. Quedamos ciegos. O mudos.

Se abrió paso sin más. El latido del odio, quiero decir. Apareció como una ráfaga de viento otoñal, desde detrás de la esquina más inesperada. Azotó mi piel y cortó mi respiración. Congeló mis sentidos deteniendo mi ritmo cardiaco durante unas milésimas de segundo. Se engendró una nueva cápsula de resentimiento, nació una nueva arruga en mi frente.
Es posible que nadie más lo viera, pero se apagó una luz en el cielo, extinguiéndose una vida celeste que podría haber sido la salvación de algún suicida.

Es odio latente. Odio por cómo se manifiestan los eventos, por no poder evitar al destino. Por no poder hacer nada al respecto. La abusiva e incomparable desesperación de verlo todo más allá de las nubes. Me envuelve algo peor que el mismo miedo. Algo más oscuro que la misma nada.

Y como es habitual, truena la voz de algún dios conocido como locura. Me percato de mi fragilidad artística, de cómo mis manos toman el control sobre mi cuerpo y de cómo mi corazón aprovecha esta debilidad para escurrirse a sí mismo.
Y sin embargo, no me detengo salvo en mi mundo secreto. Ese que sólo alcanzan mis palabras, donde no importan las reglas de los hombres. Donde lo único que tiene lugar es la belleza y la música. Lo que vive sin morir.
(Pero, ¿es acaso posible la vida sin la muerte?)
Todo aquello que existe durante siete segundos en el desierto de la eternidad. Que se dibuja con cada despertar y se desvanece con cada señal eléctrica en nuestro cerebro. Donde reina la tristeza de algo que es sin ser. Un alma rota. O un amor frágil y sencillo.

Me siento indiferente frente a la destrucción, ¿por qué protegerse de ella?