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miércoles, 12 de octubre de 2011
Creo que sabes quién soy, aunque nunca hayas llegado a buscarme. Y a pesar de saberlo, se deshace tu mirada en la distancia… lamentando lo que no encuentras, lo que has perdido. Pensando en las palabras que desaparecen como el viento, dejando un rastro de eco tenue, como los riachuelos que se deshacen en cascadas frescas y cantarinas, en mares profundos como cortes atroces… en desgarros de esas mismas profundidades.

Tú olvidas las palabras, pero yo aún siento las tuyas palpitando en mi sangre, en mis sienes. Siento el miedo con cada despedida, porque puede ser la última. Creo que no sería capaz de mirarte ahora; me callaría todas las cosas que jamás he dicho y que, quizás, algún día se deshagan en polvo. El lastre de mi culpa y de mi propia lejanía me empequeñecen, y entre tus reproches camino como un viajero perdido en un árido desierto. Siento una tormenta de arena que cubre mis ojos y mi cuerpo hasta hacerme invisible gradualmente.

Me duelen tus silencios, tu dolor… pero jamás podré ser parte de él. La puerta está cerrada y soy demasiado cobarde para llamar. Pero eso no significa que no quiera abrirme paso. Y me temo que es cierto: te sigo, pero de lejos y a pasos pequeños. Por mucho que ande, mis pisadas no son más que huellas en la arena que borrará con ira un océano infinito.
Éste, mi viaje, es como un árbol que cae por su propio peso y que nadie oye, que nadie escucha. Sólo yo misma sé de mi existencia y de mi propio sufrimiento. La rapidez fulgente de la caída y la invitación tibia de la muerte ante el sol que blanquea. Ese que parece observarnos desde lo alto, pero que no es más que un fiero fuego que se consume a sí mismo en un universo tan incierto que es similar a la propia nada.

Caigo sobre mí misma, hecha un ovillo; me abruma este estado de alienación. Sin embargo, te seguiría allá donde te llevaran tus pasos: ríos infranqueables o páramos inhóspitos. Mas debes saber que estoy sola, y siempre lo he estado. Mi camino no se puede amalgamar a ningún otro, no porque no quiera, sino porque su naturaleza es distinta. Porque siempre estarás lejos y yo no podré ser más que tu sombra: cuando la luz de la mañana ilumine la ciudad, me verás junto a ti, pero se me tragará la noche y pasaré a no ser más que un vago recuerdo volando hacia lo perpetuo, una onda que desaparece en aguas tranquilas.
Y si te fijas, me verás sonriéndole a la tristeza, dándole la espalda a la muerte… como un ente infinito pero incompleto.

Como un ser fragmentado, al fin y al cabo.

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