lapsus.

lunes, 3 de octubre de 2011
Una fina cortina de nieve caía sobre París aquella noche de enero. Le otorgaba un aspecto fantasmal, etéreo, frágil. El frío parecía estar dispuesto a congelar las débiles de llamas que, a duras penas, aún brillaban en las farolas. Jean Claude se preguntaba si seguirían ardiendo al despuntar el alba tras las delgadas chimeneas de la Rue des Gravilliers. Sus pasos resonaban al golpear la piedra de los adoquines; ascendía luego el sonido en forma de eco entre los muros de los edificios absorbidos por un cielo sin estrellas. Todo el barullo que había inundado aquellas aceras hacía menos de una hora, había desaparecido repentinamente, dejando atrás restos de serpentinas, gorritos pisoteados y demás deshechos festivos. Había llegado, tras mucha demora, 1927. Y el principio de este nuevo año estaba caracterizado por un silencio que la ciudad no había conocido jamás.
Al pasar frente cabaret de Madame Boissieu se detuvo para observar su imagen reflejada en el sucio cristal. A estas horas, una luz cálida acompañada de un clamor amortiguado de risas masculinas debería surgir del interior. Pero una oscuridad opaca empañaba la estancia y sólo veía una silueta mal perfilada. Se ajustó el sombrero, se colocó el abrigo y continuó caminando, maldiciendo la temperatura en voz baja.

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