côte sauvage.

jueves, 4 de agosto de 2011
A medida que seguimos un camino estrecho y sinuoso que atraviesa un bosque antiguo, vamos acercándonos a la costa. No muy lejos se escuchan ya los graznidos estridentes de las gaviotas y el débil sonido de las olas que acaban su vida lamiendo con su sal las rocas grises y la arena. Ante mí se eleva una duna inmensa que da paso a una playa de belleza indescriptible. El sol arranca tenues reflejos de la superficie verdosa del océano. Cojo mi tabla y echo a correr hacia la orilla. Las piedras se clavan en mi piel, pero pronto se convierten en arena, que no tarda en dejar paso al agua gélida del Atlántico. El olor de esa arena húmeda y del agua salada asalta mis fosas nasales y al hundir mi tabla bajo mi cuerpo, siento el frío colarse a través del neopreno. En este momento no existe nada excepto el mar y esta tabla. Es una vieja Swellie, de un amarillo gastado que resulta reconfortante en la inmensidad grisácea que me rodea. Tumbada sobre ella, dejo que las olas jueguen conmigo un rato: me empujan, intentan tirarme, me abofetean dulcemente. En mi boca, ese sabor salado tan familiar resulta refrescante.

Remo con todas mis fuerzas para atravesar las olas rotas, los picos blancos de esas cordilleras acuosas que intento subir frenéticamente con el rugir del viento contra mi rostro. Cuando paso la zona de oleaje llego a ese punto mágico en el que todo lo que queda por detrás de mí es caos y todo lo que tengo por delante es calma.
Siento la fuerza de una ola que está naciendo, como un dios marino que me arrastra al olvido. Me estiro sobre la tabla y empiezo a mover los brazos con determinación. La furia del mar impulsa mi cuerpo hacia delante a gran velocidad. Sólo puedo seguir una dirección, que tiene como destino las rocas escarpadas de la costa. Estoy completamente cautivada, oigo música en mis oídos.
El agua está tomando la forma de una pendiente brusca... me dejo llevar. Es lo más parecido a volar que he experimentado. La tabla se inclina, se adapta bajo mis cuerpo. Intuyendo el momento adecuado, me impulso y me sostengo sobre mis pies cuando en la ola empieza a describirse la cresta. Siento como una falta de gravedad, un vacío sublime mientras me deslizo sobre la pared de un verde cristalino. Tras de mí, sólo un halo de espuma blanca que va siendo engullido.

3 Espejos rotos:

Anónimo dijo...

Hermosísimo relato utilizando la palabra con mágica maestría! Me felicito por haber encontradoto tus textos.

Anónimo dijo...

Este comentario responde a una entrada del año 2009.

"Mis musculos se contrayeron hasta que..." Uhmmmm, yo diría contrajeron. Sorry. Es mi llamada, inoportuna, a la realidad gramatical en una vivencia reflejada inteligentemente. Genial, Julie y GENIAL JULIE.

Encontré tus escritos dos años tarde (hoy, 5/8/2011). Pero encantados de conocernos (ellos y yo)

jue ago 04, 09:28:00 PM

Anónimo dijo...

Y ahora, para acompañar los versos de Silvio (entrada sept. 2009), otros de Delgadillo, y con música, en youtube @;-)
http://www.cancioneros.com/nc/737/0/hoy-ten-miedo-de-mi-fernando-delgadillo