des pellicules flues.

miércoles, 27 de julio de 2011
Naoko está en la cocina, a oscuras. Un poco de luz se filtra a través de las cortinas, sumiendo la estancia en un ambiente enrarecido, denso. Se imagina que, de repente, todo cambia drásticamente y que la soledad no la consume, que no les consume. Que dejan de lado las conversaciones banales, cuya única función ha pasado a ser un mero intercambio de palabras socialmente correcto. Pero todo sigue igual, y va a seguir igual mientras prefieran callar lo importante para evitar confrontaciones. Mientras sigan esquivando miradas viviendo dentro del mismo espacio, respirando el mismo aire.

Antes solían hablar de la muerte, de la vida y de la manera en la que es efímera. Intentaban recuperar el tiempo que les había sido arrebatado, pero acaba de darse cuenta de que jamás llegó a funcionar.
- No hay forma de hacerlo - se dice a sí misma - lo que se ha perdido no puede encontrarse.
El tiempo ha seguido su curso, sin esperarles, y ambos han cambiado; estando cerca les sorprendió la distancia. Ahora son poco más que dos desconocidos: cada minuto que pasa, descubren cosas que jamás comprendieron, cosas que, siendo jóvenes como eran, jamás llegaron a imaginar.

Cuando él está cerca, se refugia en un mundo en el que sólo existe ella, una especie limbo alejado de la realidad. A su alrededor se alzan unos muros que, prácticamente, le impiden respirar, pero que a pesar de todo, rehusa a echar abajo. Hay veces que se cansa, la soledad le hace daño e intenta dejarle entrar para volver a desterrarle de ese interior al que debería pertenecer.

Se oye el tintineo de una llaves y la puerta de la entrada al golpear el marco. Escucha sus pasos avanzando de forma insegura por el pasillo. Se detienen frente a la cocina y permanecen ahí, quietos. Se oye un chasquido y la luz de tungsteno ilumina la habitación.
Kiyoshi la saluda, pero ella no reacciona. Pasan unos segundos hasta que él le pregunta cuándo podrán tener una conversación que no acabe en gritos. Ignora la pregunta y susurra tímidamente que ella jamás le ha alzado la voz. Pero en su mente la respuesta sí se ha formulado: será el día en el que él deje de intentar adivinar, erróneamente, que es lo que pasa por su mente. Es posible que ese día puedan hablar como hacían antes, fingir que no ha pasado absolutamente nada y demostrar que todos los años no han sido en vano. Hasta ese día seguirán desconociéndose y el abismo que los separa se irá ensanchando progresivamente.

Naoko cree que él no entiende su dolor, pero en eso se equivoca. Quizás sea lo único que tengan en común aparte del espacio que comparten. Él también comprende esa soledad que tanto le duele, pero que atesora por miedo a perderse. También sabe del tiempo que ya ha pasado y que nunca volverá, ese tiempo que avanza demasiado rápido y que ellos continuan subestimando.
Algún día ella se dará cuenta de que no todo dependió de él. Cuando sepa cuantas lágrimas ahogó en la almohada, cuando descubra lo que sus silencios, malinterpretados por ella, escondían.

Cuando dejen de ser fantasmas deambulando bajo un mismo techo.

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