roaming summers.

sábado, 7 de mayo de 2011
Hace un par de veranos, fui un gato sobre un tejado de cobre caliente. El tejado de una azotea parisina frente a Père Lachaisse tocado por el crepúsculo. Bajé apáticamente hasta el suelo y me recliné sobre los ladrillos rojos. Cerré los ojos, estaba en calma, vivía.
Luego por la noche, cuando el bullicio de los restaurantes de la calle se hubo suavizado, me fui a la cama desnuda, en la boca no tenía más que violeta y amarillo. Creo recordar que quería zumo de limón, azúcar fluyendo en el fondo de mi garganta. Quería lágrimas de alegría sobre mi rostro, besar a alguien desconocido en algún lugar remoto. Eros se me apareció en sueños, me ofreció una sonrisa traviesa y pude dormir bien.
Por la mañana cuando la brisa era fresca, a la hora de los croissants y de los primeros calentamientos de las bailarinas en la Ópera, yo deambulaba por las calles de París, esa ciudad desconocida, pensando en todos esos escritores, todos esos poetas inspirados por los mismos tejados, los mismos parques, los mismos panoramas que yo. Cruzaba el mundo por las avenidas, conocí a la gente, la mitad imaginaria, la otra mitad real.
Tenía los labios rojos por el calor, por el deseo oculto entre los pliegues de mi blusa de muselina blanca. A veces, ralentizando mis pasos, me preguntaba si alguien podía entender la mecánica de mi mente, los rincones insondables de una chica joven. Pero mirando hacia arriba, vi el color del cielo, parecía crema de helado. Volví a ponerme en marcha con una sonrisa en los labios.
La esperanza se encuentra, entre otras, en el hielo en verano y en invierno en la blanca nieve, deslumbrante.

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