gamboche preludes.

martes, 17 de mayo de 2011
Hoy, sin razón aparente, me detuve en mitad del pasillo y me limité a observar el piano, negro y elegante en su rincón. Entonces, entré en la habitación y me senté delante. Tras varios minutos pasé una mano por encima del suave barniz negro. Levanté la tapa y con sumo cuidado doblé la tela roja.

Ochenta y ocho teclas. Infinitas variaciones. Menores, mayores, disminuidos, aumentados.
Los tonos de la vida.
Adagio, presto, legato, staccato.

Cerré los ojos, suspiré profundamente antes de colocar mis dedos sobre el marfil, prácticamente etéreo bajo la yema de mi índice. Mi cuerpo se relaja. Llevaba tanto tiempo sin tocar... Presioné hacia abajo, muy lentamente, casi parecía un beso. Sentí el temblor del martillo acolchado golpeando una de las cuerdas de sus entrañas. Una nota delicada, perfecta, sostenida. Comenzó a surgir una melodía que creía olvidada.

No me daba cuenta de estar tocando, me dejaba llevar por la música que, inconscientemente, salía de mi interior y que sólo podía compartir con él. Mis dedos, mi mente, mi corazón, todo era una sola cosa. El preludio en fa menor de Bach se escapaba de mi alma como un profundo sollozo. ¿Cómo había sido capaz de olvidar que no hay belleza más pura?

Me balanceaba con suavidad y, mientras, mi noción del tiempo iba desvaneciéndose, imitando el sonido de las notas. No recordaba que pudiera controlar así mis manos, no recordaba esa flexibilidad. Esa vertiginosidad en mis dedos. Esa sensación de frenesí que me envolvía como un manto de noche, sumiéndome en lo más profundo de mi ser. Solos yo y él.
El sonido me acrisola, elimina todo lo malo. Transforma emociones en sonidos, pensamientos en sonatas. Me ayuda a expresarme en una lengua que se me da mejor hablar. Una lengua imposible de ser malinterpretada.

Me atrapa, me engulle. Me dejo llevar por él, no quiero resistirme. Cada segundo que pasa la melodía se vuelve más compleja, más acelerada, más brusca, pero no por ello menos hermosa. Me inclino con furia, lloro con él humedeciendo mi piel. Golpeo las teclas que vibran con mi misma intensidad. El piano me toca a mí.
Poco a poco estoy empezando a formar parte de él. Mi cuerpo se está evaporando. Pronto sólo quedará mi esencia y, por fin, habré alcanzado la más absoluta perfección.

4 Espejos rotos:

Anónimo dijo...

I really wish i could listen to it, for the last time.

N,L. dijo...

me parece impresoinante como consigues explicar los sentimientos de forma tan intensa casi podia sentirme igual

Teresa dijo...

es genial!

Lucia dijo...

Sin duda es mi favorito