direction unknown.

domingo, 29 de noviembre de 2009
Otro tren que sale de esa estación para no volver jamás. Se aleja hacia destinos insospechados, quizá observando el infinito desde un antiguo catalejo y fijando su rumbo en esa dirección. Es posible que llegue el día en que logre llegar hasta él, pero puede que la odisea no vea nunca un final.

Cada vez quedan menos trenes así, y éste ya es el último para muchos. Todas las localidades habían sido reservadas con antelación, sin embargo son pocos los que ocupan su lugar en su interior.
¿Por qué?
Muchos tienen miedo de enfentrarse a ese viaje.. quizás por perder lo que tienen, por tener que dejar a un lado el papel que se han acostumbrado a interpretar... por encontrarse a sí mismos y no ser quienes piensan que son. Lo han dejado pasar y ya no hay vuelta atrás, aunque se arrepientan o aunque hagan como que nunca se les presentó la oportunidad de subirse.
Otros simplemente lo perdieron, llegaron tarde. ¿Qué se puede decir de esas personas? Algunos de ellos aún corren detrás de la misteriosa locomotora intentando aferrarse al último vagón, que ya se pierde en el horizonte. Saben que jamás llegarán a alcanzarlo, pero siguen corriendo. Quizás porque están muy lejos para volver al andén y recuperar sus monótonas vidas, quizás porque ya no encuentran razones para hacerlo. Sólo hayan excusas para seguir luchando por algo que resulta ser imposible.

A estas alturas me veo obligada a preguntar:
¿Cuál es la opción más cobarde... volver atrás y enfrentarse al hecho de haberlo abandonado todo por un sueño al que se ha renunciado por considerarlo irrealizable o seguir corriendo por no volver y enfrentarse al hecho de haberlo abandonado todo por un sueño por el que, a pesar de ser irrealizable, se va a seguir luchando?



My sleep patern changed.

I'm sinking like a stone in the sea...
I'm falling like a drop on the pavement...
I'm hiding like a dying night...
I'm crawling like a wave in the distance...
I'm burning like a bridge for your body.

I'm thinking that I should start to think...

poison oak.

martes, 17 de noviembre de 2009
...el final de la parálisis. Ya no es una simple estatua olvidada.
Recuerda cuando el teléfono era una decrépita lata atada a una cuerda...y cuando se dormía escuchándola hablar.
Su voz... la echa de menos.
Ella no tenía miedo. No tenía miedo a morir, y eso le asustaba a él.

En las fotos posaba con viejos vestidos de colores raidos y una sonrisa en armonía con sus delicados rasgos. La polaroid que ambos compartían...¿qué fue de ella?
Tantos momentos inmortalizados que ahora ya no están, que se escaparon con el tiempo.
"¿Te avorgonzabas?¿Por qué las escondiste en un cajón?"
Sigue hablándole, aunque ella tampoco está; se fue para siempre. Pero él cree que ella le sigue escuchando, porque sigue pensando que está a su lado. Le habla, le susurra tiernas palabras a ese oído ausente... ¡Hay veces que incluso discute con el vacío a su alrededor!
Y, en ocasiones, calla, como si esperara una respuesta que jamás llegará.
"En realidad, creo que nunca te he querido tanto como cuando me diste la espalda, cuando pegaste aquel portazo que retumbó en mi interior... Cuando robaste aquel coche y huiste al infinito, dejándome atrás...
Yo era joven, aún creía en la guerra.
...
Dejemos que los poetas lloren hasta caer rendidos, que sus lágrimas caigan como trágicas palabras por ti...Y así éstas volverán a convertirse en vapor, creando de nuevo rimas imposiblemente hermosas."


Han pasado más de veinte años y sólo queda un campo embarrado donde antes estaba el jardín... Todo sigue empapado por su llanto, a pesar de que los relojes han dado ya miles de vueltas desde que sus ojos quedaron secos. Es como si el viento se negara limpiar de recuerdos ese espacio destruído por el dolor que causó su muerte.
Su camiseta manchada con la sangre que derramaron sus dulces labios cuando decidió volver para decir adiós también sigue mojada.
Quizá se paró el tiempo cuando ella...desapareció.
Las paredes aún acogen los gritos que se han ido apagando poco a poco, aunque también resguardan las tiernas palabras susurradas tiempo atrás, pero ya empiezan a difuminarse en la madera desconchada.
Quizá solo se ha parado para él.
Tiene momentos de lucidez, en los que se alegra de que ella se haya ido y por fin sea feliz, como siempre había soñado. Siente las ganas de serlo también, pero cuando está apunto de conseguirlo vuelve a envolverlo la demencia.
Sigue en ese lugar, arrinconado, sin poder escapar. Rie por no llorar. No es más que un loco nostálgico.

"Nunca imaginé que esta vida fuera posible... Sigo esperando que aparezcas por detrás tapándome los ojos, feliz, sin marcas en las muñecas, sin los ojos hinchados... Como antes"

Sabe que no es posible, pero no quiere aceptarlo. Retorna a encerrarse en su locura y así parece más real.

Y ahora está sentado junto al piano; borracho. Cuando toca las teclas todo parece darse la vuelta, todo se convierte en un tornado a su alrededor.
El sonido de la soledad le hace más feliz... así puede aguantar el hecho de seguir vivo. Y aunque ella ya no lo esté, sigue riendo en su memoria (¡a veces hasta a su lado!), en ese campo embarrado que antes era el jardín.


autumn passing.

domingo, 15 de noviembre de 2009
Estoy contigo, aunque no me veas. Te acompaño mientras duermes; cada vez que te sumerges en tu subconsciente... en un mundo de subrealismo. Cuido de ti, lo intento... aunque no te des cuenta... aunque a veces la distancia me lo impida. Pero siempre estoy ahí.

Estoy a tu lado mientras tratas de descubrir un mensaje escondido en el silencio. Rescato sonidos que no eres capaz de oir. Palabras que se precipitan a un vacío inexistente. Reparo todo eso que dejas pasar, porque es valioso. Mucho, aunque no te des cuenta.

Estoy detrás de ti cuando caminas junto al destino y besas sus gélidos labios. Todas esas tardes de otoño en las que parece que el frío ha invadido nuestros cuerpos.

Aunque no me veas estoy ahí, cuidándote.
Siempre estaré ahí, aunque no te des cuenta.

a moment of clarity.

martes, 10 de noviembre de 2009
En mi memoria quedan recuerdos que jamás se borraran con el tiempo. Por mucho que lo desée nunca habrá una ráfaga de senilidad que se los lleve ni tampoco aparecerá una fecha de caducidad en la parte de atrás.

Todos estos, llamémoslos sucesos, permanecen inalterables en mi cerebro, como si hubiesen sido grabados a fuego en mi cabeza.

Todas estas, llamémoslas historias, siguen destruyéndome por dentro, pausadamente; como si se tomaran su tiempo para dejar al margen posibles errores... como si intentaran evitar que me diera cuenta.
No voy a mentir, me percato de esta autodestrucción, pero ya no lucho. ¿Para qué?
Simplemente dejo que la felicidad que ahora siento esconda todo eso debajo de una alfombra de metáforas. Es muy fácil fingir que no pasa nada. Es muy fácil aparentar que esa alfombra no está ahí. Pero un día ese bulto será demasiado grande y tropezaré con él... la caida será más abrupta, lo sé, ya me lo han advertido... Pero hace tiempo que decidí asumir las consecuencias de mis actos y ya es un poco tarde para cambiar de principios.

Todos estos, llamémoslos correctamente errores, no van a dejar de atormentarme... pero sé que debo vivir con ellos por mucho que me duela.

Son parte de mí.

23:47:51

domingo, 1 de noviembre de 2009
Miré mi reloj.
23:40:18

Caminaba por la ciudad. Sola. Las farolas iluminaban mi camino con su triste luz anaranjada. Nada ni nadie guiaba mis pasos en ese momento. Sólo andaba por las calles pavimentadas con antiguos adoquines. Solía preguntarme, qué personas habrían pisado esos callejones tan concurridos en la antigüedad. Me apenaba que ahora permanecieran olvidados y silenciosos esperando a resurgir de sus cenizas o tan solo a ser descubiertos por algún peatón solitario o quizá por alguna pareja que buscase tranquilidad en medio de todo barullo que comprendía aquel barrio por la noche.

Yo era feliz.
La ingenuidad siempre ha sido mi punto débil, así que sospecho que simplemente imaginaba que era feliz. Puede que incluso llegara a creerme la mentira, de tanto imaginarlo.
Además de ingenua, imbécil.

Miré el reloj.
23:43:02

Por alguna razón (que puede que llegara a entender una vez, pero que ahora escapa a mi compresión), sonreía como la imbécil que soy.
Recuerdo que sonreía de esa forma estúpida... esa sonrisa amplia que todos llevamos pegados a la cara cuando nos enamoramos. Y es que ya no tenía miedo a nada. Porque pensaba que me quería. Pensaba que jamás me haría daño. Así que no necesitaba protegerme de nada.
Y ojalá lo hubiera hecho.
Ese fue mi primer error.

Me encontré ante un cruce de caminos. A mi derecha una calle de no más de tres metros de largo que desembocaba en el corazón de El Carmen. Habría que estar loco para adentrarse en la multitud de gente que transitaba aquel lugar, como posesa, casi luchando por entrar en los locales de moda. Descarté esa opción.
Delante de mí continuaba el callejón por el que llevaba ya un rato deambulando sin prestar demasiada atención al ritmo que marcaban mis pies, sólo centrándome en mi absurda felicidad. Y, finalmente, a mi izquierda se abría una estrecha callejuela, pobremente iluminada, que dibujaba una curva desigual que me impedía ver el final de ésta. Sin pensármelo demasiado me decanté por continuar hacia la izquierda.
Y ojalá no lo hubiera hecho.
Y ese fue mi segundo error.

La sonrisa seguía sin borrarse de mi cara cuando ya estaba a punto de doblar aquella esquina tan peculiar...

Miré mi reloj.
23:47:51

Y levanté la mirada.
Y ojalá NUNCA, NUNCA, NUNCA lo hubiera hecho.
Y, por último, ese fue mi tercer error.
No el más grave, pero sí el decisivo.


Ojalá no hubiese creído que la felicidad existe y me hubiese protegido, alejándome de ella.

Ojalá no hubiese escogido el callejón de la izquierda.

Ojalá SIMPLEMENTE HUBIESE SEGUIDO MIRANDO MI RELOJ, PASANDO DE LARGO, SIN FIJARME EN MI ALREDEDOR.



Sentí como dejaba de sentir. Como mi boca se secaba. Como mi sonrisa se borraba. Como mis músculos se relajaban hasta que parecía que yo no existía, que no era un cuerpo sino una mera sombra en mitad de la noche. Como dejaba de respirar. Ahora lo llamaría... ¿shock?

Ellos no me veían a mí, pero yo sí les veía a ellos, y esto lo considero un error del destino o quizá una de sus bromas pesadas. Estaban apoyados contra la pared. A pesar de la carencia de luz veía, perfectamente, como él la sujetaba contra si. Como sus manos descendían por su espalda debajo de su camiseta y como ella se dejaba llevar. Oía su respiración; agitada. Oía el sonido de sus labios al juntarse.

De repente me abandonó esa sensación de indiferencia. El odio empezó a crecer en mi como una semilla que fermenta demasiado rápido, carcomiéndome por dentro. Mis facciones se tensaron de forma abrupta. Mis musculos se contrajeron hasta que me hizo daño el no moverme. Empecé a respirar demasiado rápido y demasiado fuerte. Sus sonidos me parecían nauseabundos. Apenás podía contener las ganas de vomitar allí mismo.

"No,no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no, no. No", no estaba segura de si lo pensaba, lo murmuraba o lo gritaba.

Oí como él decía: "Tranquila, nena, ahí no hay nadie"
Ni siquiera había girado su puta cabeza en mi dirección, estaba demasiado ocupado controlando su erección, supongo. Pero ella sí se giró. Sus ojos azules se fijaron en los míos. Pasaron de la lujuría al miedo tan rápido que apenas me di cuenta. Empujó al chico, apartándole de ella y se quedó mirándome. Si se sentía culpable y tenía miedo, a mí ya no me importaba. El dolor destruía cada rincón de mi interior, pero el odio era más fuerte en ese momento. No me había dado cuenta de que las lágrimas ya empezaban a secarse en mis mejillas. Él también se quedó mirándome, estupefacto.

Entonces me di la vuelta y empecé a correr. Oí como gritaba mi nombre, pero ni siquiera giré la cabeza. Dejé atrás la calle que conducía a la aglomeración de gente y me mezclé con todas las personas, que conversaban y reían alegremente. Volvía a notar humedad en mi rostro, pero ¿por qué iba a importarme ya que la sombra de ojos se me hubiera corrido hasta darme un aspecto ridículo?
¿Qué iba a importarme ya?


Seguí corriendo, dejándo atrás toda la muchedumbre. Oía pasos detrás de mí. Supongo que pensaba que era el eco de los míos propios. Hasta que alguien me agarro la muñeca, obligándome a parar en seco.

"Por favor, Julia, escúchame..."
"No me toques..." No la miraba a la cara, pero me costó mucho controlar mi voz igualmente.
"Por favor, escúchame..."
"¡HE DICHO QUE NO ME TOQUES, JODER!"

Se quedó atrás cuando me fui andando. Ya no corría. No siguió intentando que la perdonara. Que obviara lo que había pasado. No se esforzó. Y eso me demostró que nunca me había querido. Que simplemente buscaba la seguridad de una relación...




La habría perdonado, porque era incapaz de vivir sin ella.