the old woman (cinders and smoke).

domingo, 25 de octubre de 2009
Se sienta en su mecedora polvorienta, situada entre un conjunto armónico de viejas fotos y recuerdos olvidados.
No sin debatir el pasado contempla miedosa el futuro, que tiene aún muchas cosas que decir. Está asustada, a pesar de que su expresión no lo demuestre. Sólo quiere huir a un lugar mejor, y se plantea, subconscientemente, escapar. Sabe pués que no es una decisión que pueda tomarse en pocos segundos. Lo sabe con tanta seguridad como conoce su incapacidad a la hora de llevar a cabo dicha locura, pero nada le impide seguir imaginando ser feliz.

Ha dejado de recordar el pasado sin reparo... Ha decidido que ya no merece la pena seguir luchando por causas ya perdidas en el tiempo. De manera que nuevamente es libre. Puede volverse a permitir soñar cada minuto con una nueva oportunidad, quizá fruto de los desordenados bocetos de un maniático, fanático de la perfección, aún por idealizar.
A estas alturas del camino, ya en proceso de llegar a su fin, ella... ella ya no sabe si será capaz de levantarse y sostenerse sobre sus pies sin necesidad de ayuda. Ni siquiera puede afirmar que mañana vaya a despertarse.

Cada vez que su mirada se pierde en la infinidad del reloj, queda menos tiempo. Y eso significa que hoy es mañana, pues ahora tiene que buscar fuerza donde hace mucho tiempo que desapareció sin dejar rastro. Su supervivencia depende de ello. Tiene que encontrarla y centrarse en sumarle otro día a sus ochenta y siete años, en superarse una vez más.
Ante ella se encuentra el reto de mantener su pulso estable a pesar de que su corazón ya sólo lo usa para seguir viviendo. Físicamente no podemos obviar, que su estado es deplorable, pero ella se esfuerza en no derrumbarse cada vez que ve su decrépito reflejo en una de esas ventanas polvorientas.
Sigue pendiente ese cambio utópico que le prometió una adivina de un remoto circo ambulante. Así que ella lucha, forzando las trayectorias del destino para hacerse un minúsculo hueco y poder avanzar entre la multitud de gente que la rodea, pero que no la ve. Ha aprendido, no sin sufrir, a encontrar la crueldad necesaria para pisar a quien se le ponga por delante, el cinismo justo para decir exactamente lo que piensa para así ser escuchada. Y ahora, forja en su carácter un nuevo apartado ya imprescindible: la impulsividad que tanto había admirado en su hermana pequeña, mezclada con falso egoísmo. Simplemente desea hacer de su presente un bonito pasado, para que éste fuese recordado con nostalgia en el futuro.

Pueda parecer o no una perturbada, su esfuerzo será recompensado; siendo su tiempo el papel sobre el que escribirá el destino.

Y ahora camina sola. No tiene miedo de que los fantasmas de su vida la sigan atormentando, ni tampoco al tiempo que nada más nacer, ya empezó a correr en su contra. Ha aprendido que sólo hay que temer a las consecuencias. Arrastra sus pies, ayudándose con un viejo bastón, sobre las calles asfálticas impregnadas de monotonía, que a sí mismas se han teñido del absurdo incomparable de vidas vacías en las que predomina una rutina insustancial.
Sonríe mientras camina por el derrochado Jardín del Edém, fijando su mirada en la puerta, cada vez más próxima.
Sólo necesita descansar, sabiendo que las consecuencias de sus actos no se verán reflejadas en el tiempo y que, por una vez, el destino no le reprochará sus errores.
Ya no contempla causas. Ni siquiera se plantea volver.


0 Espejos rotos: